La limpieza del hogar es un ítem que a pesar de cargar una gran importancia no siempre es considerado como una prioridad. Al decir ”limpieza de la casa” no me refiero con esto a mantener libre de polvo cada rincón, sino a nuestra capacidad de adquirir y de quedarnos con aquellas cosas que realmente necesitamos mientras las mantenemos en orden, y al mismo tiempo, saber ir desprendiéndonos de aquellas cosas que no tienen una razón de estar en nuestro hogar más que ocupar un espacio innecesario y responder al apego que sentimos por ellas.
El cómo está nuestra casa es un reflejo de cómo estamos nosotros y de cómo nos sentimos, tener la casa desordenada es un reflejo de que algo en nosotros no está bien, de que hay algo que no estamos viendo o que quizás inconscientemente evitamos. Si vivimos con más gente, miremos principalmente nuestra habitación que es nuestro espacio y mundo, y luego, cómo están esos lugares comunes que son en parte de mi dominio y de mi pertenencia, cuales puedo habitar con soltura, cuales no me gustan, cuales me hacen sentir incómodo y porque, también es bueno preguntarse: Me siento cómodo en esta casa? Me siento acogido? Me gusta llegar a casa? Evito llegar a casa o me dan ganas de salir una vez que llego?
Muchas veces acompañé a mis pacientes a sus hogares para ayudarlos a interpretar cómo se sienten en los espacios que han creado, y si es necesario también los ayudo a ordenar o a intencionar eso, no es una tarea fácil ya que en la mayoría de los casos, aunque se presente muy necesario ordenar, hay mucha resistencia y temor al cambio que esto implica, esto, no solo dificulta transitar hacia la sanación de los espacios, sino que es una piedra en el camino del proceso terapéutico. Por eso, antes de empezar de golpe con este tipo de intervenciones in situ, trabajamos las emociones asociadas a este tipo de cambio en terapia, donde juntos, mediante ejercicios sencillos de imaginación, exploramos distintos tipos de ambientes y casas. Estos ejercicios, al generar sensaciones opuestas de satisfacción e insatisfacción, muchas veces son de gran ayuda para que mis pacientes se animen a entrar en este proceso, uno de los ejercicios a grandes rasgos es algo así: Imaginemos una casa llena de flores, y ahora una casa llena de plantas muertas, una casa con repisas llenas de libros ordenados por categorías, otra con libros y revistas en el piso, imaginemos una habitación donde la ropa sucia es dejada dentro de un canasto, y otra donde la ropa sucia se acumula sobre sillas y muebles, imaginemos ahora que sabemos que cosas hay en los cajones de los muebles, las cosas están clasificadas y ordenadas, buscamos algo y sabemos dónde está, imaginemos después otros muebles con cajones donde todo está mezclado y nada tiene que ver con nada, no cabe ni un alfiler más en ellos. ¿Cómo te hace sentir este ejercicio con una y otra opción? Así se siente convivir con esa realidad ya sea una u otra. Ahora, imaginemos que en nuestro closet solo tenemos la ropa que realmente usamos ordenada y limpia, toda la ropa que conservamos ahí es de nuestra talla y está en verdaderas condiciones de ser usada. Ahora visualicemos cómo está nuestro closet actualmente ¿cómo nos sentimos?
La magia de observar los detalles de una casa para conectarlos con el alma de quien o quienes la habitan, muchas veces tiene la misma lógica que se emplea para leer la borra del café o las líneas de la mano, si bien la lectura puede variar según la subjetividad de quien observe, todas implican una habilidad para mirar más allá de lo simplemente expuesto.
Las casas y el estado en que están los espacios de estas, hablan del alma de las personas que viven en ellas, de sus vidas, gustos y emociones, son como una maqueta arquitectónica palpable y visible del alma.
Tener nuestro espacio desordenado, acumular objetos innecesarios, conservar cosas rotas o que nos conectan con recuerdos dolorosos debiera ser algo que nos llame la atención, porque ahí hay algo que no estamos atendiendo o que estamos obviando, y que por tanto es también una carga para el alma.
Cuando dejamos a la deriva los espacios dentro de nuestro hogar, favorecemos que estos se enfermen, se intoxiquen, y junto con nuestra casa, también nos enfermamos nosotros.
A veces, aunque no sepamos cómo, simplemente debemos dejar de obviar y tomar la decisión de ordenar, darnos permiso de liberarnos y romper los vínculos que tenemos con esas cosas que no nos sirven de nada y que solo habitan en un lugar en nuestros recuerdos del pasado.
Al ordenar, le damos más espacio e importancia a las cosas nuevas, a las que de verdad usamos y nos sirven, cosas útiles que por mucho tiempo han sido desplazadas por estas cosas antiguas que como la mala hiedra invaden y enferman nuestro hábitat.
Cuando finalmente logramos entrar en el flujo del orden, no solo cambia la casa, sino que en el proceso cambiamos también nosotros, ganamos autonomía, independencia, claridad, libertad, nos sentimos orgullosos y felices, animados y creativos. Ordenar la casa y crear un sistema de orden nos ayuda fortalecer el hábito del autocuidado, eleva nuestra autoestima, y nos conecta con nuestros objetivos prioritarios.
¿Qué me dices, te animas a ordenar ahora? Te ayudo?
Psicóloga Romina Maroli
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