Quisiera aclarar algo muy importante antes de empezar, ya que en el mundo de las distinciones podemos descubrir un universo de contenidos que se ocultan tras el velo de la generalización. Dado esto, creo importante empezar por revisar los conceptos “sexo” y “sexualidad” que, si bien son muy distintos, me he dado cuenta de que son usados como si se tratara de una misma cosa, y es ahí justamente, en partir por reconocer esta distinción, donde está la puerta de entrada a este texto.
Por un lado, sexo es todo aquello involucrado con los genitales y relacionado con la reproducción humana, por esto muchas personas confunden sexo- genital con sexualidad, y por otra parte, la sexualidad está relacionada con el desarrollo psico-biosocial de las personas, está en nosotros como un modo de ser, de actuar y de interactuar con otros, de manifestarnos, y si bien incluye nuestra anatomía sexual, no se limita a esta, porque la sexualidad es mucho más grande y transversal a todos los aspectos físicos, emocionales y genéticos que nos comprenden.
Para hacerlo gráfico, en términos gananciales, podemos inferir que el “sexo” es un bien, y que en esta misma línea la sexualidad sería un “valor”, así como el tener un cuerpo vivo y saludable también sería un bien, saber vivir la vida en armonía también sería un valor.
Me animé a escribir sobre este tema porque en consulta veo muchísimas personas muy temerosas de explorar las dimensiones de su propia sexualidad, se sienten inseguros y atemorizados de conocerse mejor en este plano, y en otros muchísimos casos de “ser” juzgados en su desnudez por el modelo estético dominante el cual se ha encargado de hacer que todos nosotros de alguna manera nos sintamos de una forma u otra un poco feos.
Nuestra autoestima baja por no ser perfectos, y como consecuencia de esto nos limitamos de vivir y experimentar muchísimas cosas por miedo a no gustar lo suficiente, a no ser suficiente para el otro, o por miedo a no saber que hacer o cómo actuar de cara a una nueva experiencia, la cual podemos dejar dilatar eternamente; y nuestra incapacidad para liberarnos de estos paradigmas de belleza y ser simplemente quienes somos, nos mantiene en un claustro emocional mermando en nuestra experiencia humana y en nuestra capacidad de ser plenamente felices.
Por esto, propongo que todos los aquí convocados por esta lectura, desde ahora nos declaremos activistas rebelados en contra del modelo estético dominante, y que dejemos ya mismo de mirar solamente cuerpos y de juzgar a las personas por su apariencia, para animarnos a mirar las almas que habitan esos cuerpos, y junto con esto empezar a ser más variados y menos limitados.
Hay que perderle el miedo a vivir con el alma, hay que perderle de una vez el miedo a la sexualidad. Dejemos de lado el sexo genital y la obsesión por el cuerpo y volquémonos de una vez a la exploración de la piel para traspasar los límites de las formas y concentrarnos en sentir, y explorar en pareja centímetro a centímetro esa maravillosa piel llena de terminaciones nerviosas que nos recubre con todas sus imperfecciones y detalles únicos, entendernos como seres capaces de experimentar emociones y de sentir placer con todo el cuerpo y con toda el alma, mucho más allá de los genitales. Poniendo el foco de la sexualidad en el amor.
Seamos activistas verdaderos de nuestra propia realidad y erradiquemos de nuestra práctica sexual aquellas cosas que han convertido a la sexualidad actual en una tabla de gimnasia y en un checklist de ítems ridículos a cumplir, porque el panorama mete y saca sexual es literalmente agotador y mentalmente limitante.
Y es ahí cuando logras comprender que los genitales son solo una parte de la sexualidad, que finalmente aprendes a disfrutar de esa piel que llevas y de lo que puedes hacer con la piel de ese otro que está contigo, y reaprendes un nuevo modo de vivir en el marco de tu propia experiencia sexual.
Hoy en día vivimos en una paradoja donde por un lado tenemos un cuerpo social al que le volcamos toda nuestra atención, y por el otro un cuerpo interno vivido que va nutriéndose de lo que de vez en cuando le permitimos atreverse a vivir.
“No voy a decir te quiero por miedo a mostrarme débil”, “no voy a abrazar porque no me han abrazado”, “no voy a hablar de lo que siento porque abrirme puede volverme vulnerable” … es así que mientras el cuerpo físico toma la forma de una armadura social insensible y poderosa, por dentro nos quedamos cojos y carentes de experiencias afectivas.
Si alimentamos ese cuerpo de la experiencia y lo capacitamos para que se deje ver, y lo alineamos con nuestro cuerpo físico, nuestras posibilidades son infinitas.
Toquémonos más, empaticemos con nuestra propia piel y con la piel del otro, reconozcamos que ese otro a nuestro lado que en el plano sexual damos totalmente por sentado cada día, tiene una piel ansiosa de ser redescubierta, una mente inquieta y oídos conectados con el alma esperando toda tu sinceridad, nuestros hijos igual, abracémonos más como familia, que no pase un solo día sin que nos digamos te quiero, te amo, a nuestras parejas digamosles más seguido, te deseo, como eres, con todo lo que tienes, y junto con esto abramos las puertas de una nueva forma de vivir nuestra propia vida.
Ps. Romina Maroli
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